"Jerusalén: la biografía", nos da la información y la humildad necesarios que los fanáticos no quieren que tengamos
Escribir sobre Medio Oriente no es tarea fácil. Argentina queda muy lejos y, a pesar de que tenemos comunidades judías, libanesas y de toda la región en este país agradezco el silencio prudente que parece haber al respecto. Este silencio, que contrasta con el histriónico y juvenil postureo existente en Europa y Estados Unidos, no significa estar contento con la tragedia que está transcurriendo en la región y cualquiera que sostenga esto tiene el cerebro binario de un nene. En mi caso, traté de encontrar algún libro que me pueda ayudar a entender mejor el tema. El mejor de todos los que encontré se llama “Jerusalén: la Biografía”, de Simon Sebag Montefiore.
El libro es de 2012 y se hizo famoso en Argentina por una foto que la revista Time publicó en una nota que le hizo al presidente Milei hace unas semanas. Yo lo había leído hace un tiempo porque siempre seguí al autor, que tiene mucho escrito acerca de Medio Oriente y Rusia.
Las naciones modernas, con sus fronteras actuales, son un concepto geopolítico y legal relativamente nuevo. Son sus ciudades las que realmente cuentan la historia de sus habitantes. Roma y Londres eran ciudades, antes de convertirse en las capitales de imperios globales y, eventualmente, en las de sus respectivas naciones. Jerusalén no es distinta.
Pero para las llamadas religiones abrahámicas, esta región del mundo tiene un significado especial, cargado de fe y devoción. Siendo latinoamericano y católico, es muy probable que durante tu infancia hayas oído hablar de Jerusalén, Belén, Samaria, Galilea, Nazaret, Jericó, etc. Todos estos lugares existen, y la interrelación entre ellos y los textos que para muchos fueron la guía moral principal durante nuestros años formativos, nos pegan con una fuerza distinta. Destaco a los latinoamericanos porque esta región del mundo no fue sacudida por un movimiento antirreligioso, que sí fue muy potente en Europa y Norteamérica, llamado los Nuevos Ateos (representados por Richard Dawkins, Christopher Hitchens, Sam Harris y Daniel Dennett), luego del 11 de Septiembre de 2001. La decadencia del cristianismo sudamericano obedece a otras razones, que merecen un análisis separado. Pero, mientras que en Sudamérica las religiones no están mal vistas, en otras partes del mundo hoy son consideradas innecesarias y primitivas. Como demuestra el libro, esto no siempre fue así.
El libro de Montefiore comienza con las historias de David, Salomón y el reino de Judá. Esto comienza en alrededor del 900 A.C. y durante las primeras cien páginas del libro vemos como Jerusalén pasa de los judíos a los babilonios, los persas, los macedonios y finalmente, de vuelta a los judíos, esta vez a través de los macabeos que liberan a Judea de los sucesores de Alejandro Magno en el año 63 A.C. (recordada por la celebración de Jánuca). Luego llegarían los romanos y, con ellos, ascenderían al poder los herodianos que gobernarían Judea, como provincia romana, hasta la rebelión del 66. Roma seguiría controlando esa parte del mundo, cambiándole el nombre a Siria Palestina en el año 135.
En el año 335, Constantino convierte al cristianismo en la religión oficial del Imperio Romano que pasa de perseguir cristianos a perseguir a los judíos y paganos de la ciudad. La caída del Imperio Romano de Occidente en 476 no cambia mucho las cosas, y Jerusalén queda bajo control del Imperio Bizantino. Luego llegarían la rebelión árabe y el Islam, recién en 638.
Todos estos cambios transcurren en Jerusalén con sangre, muerte y destrucción. Eventualmente, llegamos al capítulo de las Cruzadas, uno de los más infames, aunque también de los más heróicos de la historia de la ciudad. El prestigio y la templanza de Saladino, que tan bien representados están en la película “Cruzada” de Ridley Scott (recomiendo la versión del director) fueron reales. Saladino logra reunir a todas las tribus del Islam y recuperar la ciudad en 1187 y así comenzaría su larga historia bajo gobierno islámico, que incluiría su período como parte del Imperio Otomano. Los reinados de Mehmed II y de Suleiman el Magnífico son especialmente prósperos para la ciudad. Aún así, un sinfín de luchas y conflictos entre los líderes de distintas facciones religiosas marcarían una constante en la ciudad que aún hoy no tiene solución. Judíos, cristianos ortodoxos, cristianos católicos, protestantes, coptos y musulmanes siguen disputándose el control de los sitios sagrados.
Con la llegada del siglo XX comienza a surgir la idea de que los judíos deberían tener un país propio en Palestina, dando nacimiento al proyecto político zionista. En 1917, Lord Balfour le escribe a Rothschild que la Reina de Inglaterra “ve con buenos ojos” la creación de un estado judío en Palestina, que respete los derechos religiosos y políticos de todos los habitantes árabes de la región. Occidente ya empezaba a meter mano en Jerusalén, que todavía era parte del Imperio Otomano, una de las naciones aliadas de Alemania durante la Primera Guerra Mundial. Luego de que sus fuerzas cayeran derrotadas a manos Allenby y Lawrence de Arabia, el Imperio Otomano dejó de existir y Jerusalén pasó a ser un protectorado inglés. Una nación europea la volvía a gobernar, algo que no pasaba desde las Cruzadas.
De acá en adelante se da la mejor parte del libro. También es la mejor documentada y Montefiore aprovecha esto con inteligencia y equilibrio. El zionismo promueve el establecimiento de un estado soberano en Palestina, obteniendo apoyos de origen dispar: desde el exterior, judíos europeos, como Rothschild y Weissman, promovían esta propuesta tanto como lo hacían sangrientos antisemitas que no querían judíos en su país, como Stalin desde Rusia. Cuando finalmente logran su independencia, Israel entra en guerra con sus vecinos musulmanes (aliados a los ingleses) y los vence en conflictos sucesivos en el ’48, en el ’67 (la Guerra de los Seis Días) y en el 73’.
Es fácil caer en la sensación de que la fundación de Israel sólo trajo problemas a la ciudad. Esto es un error. Poca gente está más orgullosa de su país que los “Jerusalenitanos”, sin importar la religión a la que pertenecen. Sin embargo, es posible, argumenta Montefiore en un artículo de The Atlantic, reconocer el derecho a defenderse de Israel y, al mismo tiempo, entristecerse y conmoverse con las muertes de miles de Palestinos. Es posible reconocer que Hamas debe ser detenido, por un lado, y al mismo tiempo reconocer que la solución de los dos estados es la más justa. Luego de que los palestinos rechazaran esta propuesta varias veces (incluyendo el rechazo de Arafat en 2000) y de todo lo sucedido del 7 de Octubre en adelante, no sé si siga siendo viable. Creo que no. Pero lo que hace el libro de Montefiore es contarnos la historia de la ciudad más importante de la región y mostrarnos que los judíos no son colonizadores, y que los musulmanes tienen derecho a estar ahí. Que la historia es mucho más compleja de lo que pensamos y que estamos hablando de un conflicto que existe desde que en el mundo no existían naciones ni países. Sólo ciudades y gentes.
Mi opinión personal al respecto sigue siendo chiquita. No soy judío, ni musulmán, aunque sí soy católico y la ciudad tiene cierta carga para mí. No vivo ahí, ni tengo amigos ni familiares que sí lo hagan. Es por eso que me cuesta conversar con una amiga católico-libanesa, que sí tiene amigos muertos por los cohetes israelíes y a quien no le puedo pedir “raciocinio” mientras duela a un ser querido. Es imposible no conmoverse con ella… y también es imposible no conmoverse con la masacre del 7 de octubre y con las historias de cada uno de los rehenes liberados. Pero este libro me permitió entender y encontrar paz en el hecho de que no puedo pretender tener una opinión definitiva del tema, cuando ni siquiera las partes involucradas la tuvieron. Lo que para una parte fue convertido en una guerra de religión por sus líderes, para la otra es una guerra de supervivencia. ¿Cómo se encuentra paz cuando los incentivos detrás de cada bando son estos?
Este libro nos carga de humildad. Está demasiado bien respaldado por fuentes históricas primarias como para ser desestimado por ser tendencioso. Y, aunque las adjetivaciones son variadas y necesarias para hacer que la historia sea interesante, también son coherentes y funcionales a los hechos que se relatan, no antojadizas y desconectadas. Se necesita un hilo conductor muy potente para que una historia tan compleja como esta pueda ser relatada con tanta consistencia y objetividad y ese hilo es el título del libro: Jerusalén. Es su gente, sus líderes, sus religiones, sus victorias y sus fracasos. Se le presta la atención correspondiente a aquellos eventos globales que tuvieron consecuencias importantes para Jerusalén y sólo en la medida en que afectan a la ciudad. No pretende salirse de foco, ampliándolo demasiado y entrando en un panorama demasiado globalizado del tema. Un ejemplo de esto, es la importancia que se le da a la arqueología, local por naturaleza. Cada excavación y cada hallazgo tiene consecuencias políticas y los arqueólogos e historiadores de la ciudad hacen un enorme esfuerzo por aferrarse a la verdad, a los hechos y a las fuentes encontradas. Naturalmente, cada hallazgo también tiene consecuencias religiosas y juega con eso. Su seriedad (y la de este libro) se contrasta con la liviandad, la superficialidad y la extravagancia dramática y manipulativa con la que los grandes medios bombardean al público cuando hablan de Medio Oriente. Los Jerusalemitanos nacen esquivando balas y misiles, rodeados de vecinos que no los quieren ahí. Su resiliencia, su capacidad de seguir con su vida cotidiana y de convivir (a veces mejor, a veces peor) con religiones de todo tipo manifiesta una diversidad y una caridad mucho más profunda que las que ideologías modernas sectarias, como la Justicia Social Crítica o el Wokismo universitario americano, pretenden hacernos creer que promueven. Y acá radica la fortaleza de la historia de Jerusalén, que debe ser comprendida y celebrada con humildad. Su sola supervivencia a los largo de los siglos ya es un milagro.